Aceptando este hecho, lo interesante es pensar cómo pudo ser todo eso una película que, al mismo tiempo, es una basura fílmica. La calificación parece fuerte, pero está dicha con todo respeto por las basuras fílmicas, entiéndase por ello productos para el consumo rápido y su aún más rápido desecho. Y que conforman ni más ni menos que la gran mayoría del cine, un arte ontológicamente moderno ideado para ser devorado por las masas.
Entonces volvamos a la pregunta inicial: ¿por qué nos marcó a fuego 9 Semanas y Media entre tanto VHS descartable?
Yo te prefiero
Fuera de foco
Inalcanzable
Yo te prefiero
Irreversible
Casi intocable
Elizabeth, bohemia ella, vive con una compañera de piso en una gran ciudad y trabaja en una galería de arte. Un día conoce a John, yuppie él, quien la seduce. La relación empieza a adquirir tintes peculiares ante la actitud de John, al mismo tiempo tierno e impersonal, que la introduce en extraños y morbosos juegos sexuales.
La canción de Soda Stereo fue lanzada el mismo año que 9 Semanas y Media, y no es casual que su letra describa la trama y el clima del film (a pesar de que rumores sostienen que surgió a partir de Doble de cuerpo (1984) de Brian de Palma).
Los ochenta en Hollywood están atestados de etés, viajes al futuro, guerras intergalácticas y musculosos que trituran asiáticos. El erotismo de videoclip, bien vendido por Lyne, fue la excepción. La cinta escandalizó en los niveles adecuados a una generación que ya disfrutaba de un acceso al cine triple X a través de los videoclubs, pero que recién empezaba a acostumbrarse al “destape” en los medios masivos. El nuevo pornosoft tenía un envase irresistible: con una estética publicitaria, la última chica Bond (Nunca digas Nunca Jamás (1983)) era desnudada por el bello protagonista de Manhattan Sur (1985), en un loft decorado con el obligado minimalismo del nuevo rico newyorquino, con música de un mítico Joe Cocker que había recuperado su popularidad luego de rehabilitarse de su adicción a las drogas.
Tus ropas caen lentamente
Soy un espía un espectador
Y el ventilador desgarrándote
Se que te excita pensar
Hasta dónde llegaré
John conquista a Elizabeth en una feria, regalándole el pañuelo que ella quería pero que le había resultado inaccesible. Un par de escenas después, la lleva a su fastuoso departamento y le obsequia un brilloso reloj. Otra escena está casi dedicada a mostrar cómo John… ¡paga en efectivo!. Más tarde, y para coronar el concepto, John le tira billetes al piso y le pide a ella que se arrodille y los vaya levantando, a lo cual ella accede.
La fórmula de la seducción era evidente: eran épocas en que el dinero era el principal objeto de deseo y, lo que es mejor, no había ningún prurito en aceptarlo.
Volver a ver la película hoy, sin embargo, resulta una experiencia un tanto diferente. Entre ese febrero de 1986 en que se estrenó y la actualidad, pasaron muchas cosas. Las caídas sucesivas del muro, de las torres y del neoliberalismo furioso no pudieron sino modificar la subjetividad de un espectador que ya no encuentra tan cool lo que solía serlo.
De hecho, es interesante notar cómo otros films posteriores de planteo similar (mujer algo reprimida se abre a nuevas experiencias gracias a un hombre que revoluciona su lógica sexual) suelen usar los roles invertidos: es decir, ella es burguesa, bien acomodada, y él es el alma errante desprejuiciado. Pienso en títulos como Titanic (1997) o Infidelidad (2002), del mismo Adrian Lyne, donde el dinero no es sino el blindaje para una vivencia más auténtica de la sexualidad.
Es una condena agradable
El instante previo
Es como un desgaste
Una necesidad
más que un deseo
La misma lógica que guía la adoración del vil metal, es la que sigue para la concepción del género femenino. La mujer es venerada, pero como un objeto más a tener, tan trascendente como un nuevo equipo de audio.
John la cuida, le cocina, le da de comer en la boca. Podríamos decir que “invierte” en ella. Y después la viola, la posee.
Primero ella se muestra ofendida pero finalmente lo acepta, rendida a su excitación. Esta confusión perpetua el esquema sexista en el que se ve la sumisión sexual de la mujer como el tipo de fantasías que es normal explorar. Por supuesto, que Elizabeth sea masoquista no es el problema, sino que no sea consciente de que lo es y se someta a los caprichos sexuales de su pareja, no porque tenga claro que los comparta, como ocurría en La secretaria (2002), sino porque considera normal que una mujer haga eso por amor.
Que pueda suceder
No gastes fuerzas para comprender
Solo así yo te veré
A través de mi persiana americana
De todas maneras, más allá de cualquier interpretación, sabemos que las películas son aspiracionales: sólo tratan de descifrar los deseos del público. La idea es que éste reserve sus perversiones para esos 90 minutos de ficción y luego siga con su gris cotidianidad. Tal vez sea ésa la gran persiana americana. De hecho, si el cine fuera cierto no podría existir uno de los momentos más recordados de 9 semanas y media. La escena de la heladera, en la que él le da de comer huevos, ketchup y miel, es un gran ejemplo de la magia del cine: en la vida real sería imposible que no terminen los dos a los vómitos.
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